Mapas para una identidad bi deseada - Viento Sur

2022-09-24 11:06:43 By : Ms. Cindy Qu

Confusas e indecisas, o putas y viciosas. La vivencia bisexual siempre es leída desde fuera, desde esta dicotomía de tener que ser salvadas por la heterosexualidad normativa o ser esa otredad maliciosa-loca-períferica que viene a romper esquemas por diversión y necesita ser disciplinada. Y es que atrevernos a romper con la familia, la heteronorma y el paradigma monosexual, y que este camino estaría libre de conflicto sería no comprender la fuerza estructurante del capitalismo patriarcal. Sería pensar que una genuidad nos salvaría, que la ruptura nunca es disputada y que no hay violencia en un sistema que solo comprende de deseos, placer y vidas desde la óptica de consumo. Construir una identidad en estas coordenadas implica navegar aguas turbulentas y aprender abrazarnos, acuerparnos, entre dudas, miedos e inseguridades.

“Existimos y buscamos un lugar, resistimos. Nuestras subjetividades se van entretejiendo, generamos procesos colectivos, las redes que formamos se vuelven una estrategia política de supervivencia; nuestras vivencias personales son a su vez posturas políticas. Los límites entre ambos componentes –lo personal y lo político– parecen desdibujarse, ambos procesos se fusionan, se encuentran imbricados, articulados. Transmitimos nuestras estrategias a quienes nos preceden.” (Norman Monroy, 2017).

Las disidencias sexuales partimos de acuerparnos, querernos, cuidarnos y procurarnos, partimos de buscarnos más allá de prácticas estructurantes) y geografías sexuadas desde el poder cisheteropatriarcal. Y la construcción política de la identidad bi se enraíza en estos procesos, desplazando-reconfigurando la vivencia de género y ampliando las fronteras de lo relacional, en términos sexuales y afectivos. Nombrarnos bi, pues, no es una cuestión solo de atracción, de comunidad o violencias: implica reconocernos como un cuerpo que habita en la frontera, en la periferia de lo LGBTI y el no binarismo, y que en esta brecha se expande un mundo de posibilidades, un mundo a explorar. Y vivir en esta periferia, sin tenerlo todo claro, no nos hace menos válidas.

Dice Elisa Coll en Resistencia Bisexual que hay quien, en un intento de “validar” la bisexualidad (¡como si no fuese válida en sí misma!) intenta reforzarse en la idea de que no hay un sólo ápice de confusión en nosotras mismas. Cita, entonces, a Natalia Wuwei en Soy bisexual, confusa e indecisa: “¿Cómo no tenemos que estar confundidas bajo este prisma de constante vigilancia? ¿Cómo no tendríamos que estar indecisas si no tendríamos por qué, de entrada, tener que decidir nada, si se nos impone desde fuera la elección, la decisión, la constante definición? [...] ¿quién confía en nosotras dentro de un sistema donde la estabilidad es más valorada, aun cuando es el propio sistema el que nos desestabiliza?”.

En este sentido, es importante poder entendernos como personas vulnerables, personas que viven con dudas. ¿Por qué está permitido para nosotras, como militantes marxistas, tener dudas sobre la estrategia y táctica? ¿Por qué podemos dudar de si hacer una carrera o la otra, o sobre de qué trabajar, sin que eso invalide ninguna de las decisiones que tomamos, pero si expresamos dudas en torno a la identidad o en torno al deseo hacemos algo “malo” por la bisexualidad? Es en esa vulnerabilidad, en esa tristeza, en esa euforia, en esas dudas donde surgen los cafés con las amigas para hablar sobre ese chico, sobre esa chica, sobre ese chique que te gusta y que vuelve a hacerte dudar sobre mil cosas. Es en esa vulnerabilidad en la que nos comunicamos con nuestras redes afectivas, es en esa vulnerabilidad donde podemos empezar a construirnos y a nombrarnos, no como cuerpos individuales, sino como la comunidad, lo colectivo que necesitamos.

Somos un espacio en construcción, una identidad sin normas establecidas, un lugar que se explora, y con los retos que supone sabernos en esta posición, queremos tomarnos nuestro tiempo para estar perdidas, cuidándonos y explorandonos. Porque el proceso de nombrarnos, reconocernos y acuerparnos importa y es político, y no vamos a renunciar a él.

Como decía Maria Mercè Marçal en Bruixa de dol (1979), no hay barandillas que guíen nuestro deseo. Esta escalera no es recta ni desviada, ni tiene direcciones únicas, ni nos lleva siempre al mismo lugar. Es constante y contradictoria, discontinua y desconocida, un salto al vacío y una casa llena de memorias, es andar perdidas pero nunca solas, es un mapa de placeres y cuidados. Un deseo por construir.

Somos más que una orientación sexoafectiva, somos cuerpos y ecosistemas relacionales que pretendemos, desde nuestra diversidad, ampliar las fronteras del deseo. Queremos (re)pensarlo y hacerlo fuera de las lógicas y tiempos del mercado. Un deseo queer dónde descentrar la pareja, desdibujar las líneas de jerarquizan nuestras vidas, que jerarquizan el querer y desear; que se entreteja entre cuestionamientos a la monogamia y al tener que ser-para-siempre para poder ser aceptables. Un deseo queer dónde las amigas, las redes y múltiples vínculos, en definitiva, aquellas que nos sostienen sean parte de la acción de ser deseantes y deseadas. Queremos un deseo cómplice, plural y múltiple.

El deseo es político y pensarlo en estos términos implica ir a contrapelo del capitalismo patriarcal, implica reivindicar que nuestros cuerpos, vidas y placeres no son mercancías. Es aprender a habitar otro modo de lenguaje y afectos. Andar entre líneas de fuga para hacer posible ese nuevo orden de las cosas que decía Gramsci. Así, politizar el deseo es recuperar la soberanía sobre nuestros cuerpos, recuperar el derecho individual y colectivo de romper con aquello funcional para la producción de capital. Cómo bis, como marxistas queer, politizar el deseo es poner en jaque al matrimonio, a la familia y al imperativo de la reproducción, y que el goce, la ternura y el placer sean más que hechos aspiracionales, que sean punto de partida de construcción del nuevo mundo.

En este buscar lo colectivo de la identidad bi nace la necesidad de organizarnos, de generar espacios dónde poner a remojo lo personal y construir lo político; y de querer dejar atrás la invisibilidad impuesta. Un lugar desde cuidar y ser cuidadas, dónde poder escucharnos, transformarnos y rebelarnos contra sus violencias bifóbicas, transmisóginas y patriarcales. Un espacio de no ser sólo amigues, sólo camarades, dónde devenir entre nosotras referentes de conocimientos y protectoras de confidencias como decía Ziga en Devenir perra (2009). Y desde estas coordenadas, empezar a dibujar ese mapa de la identidad bi deseada, y descubrirlo, recorrerlo y atravesarlo juntes.

Elisa Coll recogía en las últimas páginas de su libro la reflexión de que “individualmente se puede hacer activismo desde lugares como la rabia, la tristeza, el aislamiento o la teoría, y es totalmente necesario, pero creo que solo colectivamente podemos hacer activismo desde la alegría y el acompañamiento” y no podemos estar más de acuerdo. El cuestionar las violencias interseccionales que se ejercen sobre nuestros cuerpos, politizar lo bisexual y organizarnos políticamente son elementos fundamentales para nuestra comprensión de un marxismo queer, de ser bisexuales y marxistas revolucionarias.

Por eso, celebramos la existencia de espacios de activismo bi sanos en Madrid, Barcelona y Bilbo, y que estemos a las puertas de las I Jornadas Estatales Autogestionadas sobre Bisexualidad. Celebramos que, en tiempos lentos, en los que moverse es complicado, las bis nos estemos organizando y hagamos de nuestros espacios, organizaciones diversas, una escuela dónde hacer de la identidad bisexual un lugar habitable. Un lugar desde donde construir alianzas y tensar con nuestras compañeras LGBTI, las bollos, las trans, las asex y las no binaries, para abrir brechas en este sistema que nos quiere anuladas. Un lugar dónde poder quedarnos y endurecernos sin perder la ternura.

Alba G Ferrín y Joana Bregolat forman parte del Área LGTBI de Anticapitalistas

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