Cuento del señor Medás (II) - La Opinión de Murcia

2022-07-30 08:46:37 By : Mr. James Zhang

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El señor Medás entró justo detrás de ella. Hay quien hubiera dicho que venían juntos. El aire acondicionado daba una bienvenida polar a los sudorosos clientes. El expositor central de la óptica estaba destinado a las gafas de sol unisex. Eran pura tendencia, algunos modelos ciertamente extravagantes, pero otros bastante favorecedores.

La joven comenzó a probarse un modelo con cristales degradados azules y montura translúcida. Al mirarse en el espejo divisó la cabeza algo apepinada de un hombre justo detrás suyo. Era el señor Medás. Cuando la chica se disponía a coger otras lentes, notó un codo en su espalda y pegó un respingo. «Perdone», se disculpó Medás, que llevaba puestas las gafas con cristales azules que acababa de probarse ella.

La joven se distanció unos metros y se interesó por el expositor de 2x1. Tal y como estaban las cosas, había que considerar las ofertas. Cuando fue a coger las Ray-Ban estilo aviador de su derecha, el señor Medás se las arrebató de las manos. «Pero, ¿qué quiere usted? ¿Acaso es un pervertido?», vociferó la joven. El señor Medás, muerto de vergüenza, devolvió las gafas al expositor y se marchó mortificado de la tienda, mientras la dependienta lo observaba dividida entre la sospecha y la lástima.

«Se ha torcido la tarde», pensó Medás. Vio entonces a un grupo de críos haciendo cola en la heladería Chambi. Estaban pidiendo cucuruchos y tarrinas de diferentes sabores. Se metió por el medio y pidió una bola de vainilla. Ni siquiera le gustaba ese sabor, pero estaba a punto de acabarse y había oído que era el favorito de los chicos que iban justo detrás.

Medás también fue un niño, solo que en aquella época se llamaba Manolito Buendía Peralta. Un día, estando en el colegio, divisó a su compañero Pedro en un banco del patio, devorando un helado de chocolate. Estaba todo chuperreteado y medio derretido, pero Manolito, poseído por una pulsión irrefrenable, le preguntó a su compañero: «¿Me das?». Pedro, algo incrédulo, miró el helado con cierto asco y se lo dio: «Termínatelo tú».

El señor Medás quiere lo que tú tienes, sin importar de qué se trate (ya sea un periódico, unas gafas de sol o un helado) y estar donde tú estás (pegado a ti en un escaparate, viendo cómo juegas al ajedrez o junto a la única mesa ocupada del bar). No es que tenga mala intención, es que la razón de su existencia es incordiar. Es su vocación.

Tenga esto en cuenta si alguna vez se lo encuentra merodeando por las calles de nuestra ciudad y le pregunta: «¿Me das?».

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